Un latido. Hay dos moléculas, tres moléculas, cuatro moléculas de aire entrando en tus pulmones (hay muchas), y dos, tres, cuatro partículas de sudor humedeciendo el desodorante a bolilla en tus axilas (quizás hay más, pero contar es difícil). Aspiraste un grano de polen que no notaste y debajo de tu brazo, las bacterias que sobrevivieron a la ducha se multiplicaron en un 0,0001 %, cosa que tampoco notaste.
Parpadeaste, y cuatro granos del delineador en polvo entraron a navegar en la corriente que sale de tu lacrimal irritado. La corriente salada se acumuló sobre el borde en cornisa de tu párpado inferior, y arrastró más granos, como el Nilo cuando se desborda y lleva todos los nutritivos sedimentos. Colapsó entre la pestaña dieciséis y la diecisiete (contando de izquierda a derecha), y se derramó, y dejó un feo rastro negro sobre el maquillaje de tu cara. Se movió en parábola sobre tu mejilla, y terminó encharcándose en el surco denso al lado de tu boca. Y ahí no lo vi más.
¿Que querés que haga si no te quiero?
Otro latido.
(Imagen de Pixabay)
Maravillas del microcosmos. Sólo los neuróticos obsesivos podemos apreciar plenamente este microrelato.
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¿Vio?
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