El planeta de los simios

Hola, queridos amantes de los amenazadores y fascinantes mundos inexistentes. Después de largo tiempo de no dedicarme a estos temas, aquí estoy. Pensando en qué contar, en estos tiempos en que te tiran a la cabeza mundos tras mundos habitables, datos, especulaciones sobre biología extraterrestre, elegí un libro que hoy se nos antoja sencillo, casi inocente… Si uno no se dedica a pensar en las estremecedoras ideas que descansan en el fondo de esta lectura, como el poso en una taza de café, de interpretación necesariamente agorera.

Sobre El planeta de los simios se han hecho varias películas y todas me gustaron, incluyendo aquella con Charlton Heston, que contaba con simios que arruinaban fantásticamente la verosimilitud de la historia gracias a pelambres sintéticas y caras de goma. Nosotros perdonábamos aquellas faltas merced a una sabiduría atávica, que nos decía que debíamos concentrarnos en las ideas y en las palabras; imaginar; visualizar. Ponernos en el lugar de don Heston. O de don Pierre (ah, los tiempos en los que las metáforas eran cosas vivas que nos acechaban en los lugares oscuros; qué nostalgia siento a veces).

Lo que me capturó aquella primera vez que vi representado este libro fue haber leído la historia, y saber qué debía esperar detrás de aquellos chimpancés de labios que no se movían, pero que para mí se habían tornado en fascinantes. Lo que me capturó de manera irreversible al ver las películas modernas, fue exactamente lo contrario, excepto que de fascinantes, los simios pasaron a ser amedrentadores. Estas películas para mí figuran entre los raros casos en que no se quedan por detrás del libro, al levantarse uno de la butaca del cine. Hoy, esos simios me empiezan a parecer aterradores.

Sobre el argumento no tengo nada que revelar, ni tampoco ningún spoiler que hacer. Supongo desde ya que todo el mundo ha visto al menos una de las películas, y es necesario vivir debajo de una piedra milenaria para no enterarse de qué va la historia. Sí, se trata del viaje de unos terrícolas hacia un lejano planeta, tan parecido a la Tierra como es posible, salvo que siendo que está habitado, su especie inteligente son los simios evolucionados. Por si el amable lector está entre los contados casos de gente que no conoce libro ni película, me guardo tanto el desarrollo de la trama como el final. Además, lo llamativo para mí, en estos tiempos, está en otro lado.

Mr. Pierre Boulle ha tomado una idea contundente y redondita, que no necesitaba mucho aderezo para hacer una bomba, y logró exactamente eso. Desde el principio uno se encuentra entregado de pies y manos a una idea que de complicado no tiene nada, pero sí o sí es necesario esperar para ver adónde nos lleva. Es más o menos en la misma situación en la que estamos ahora con respecto a los extraterrestres, los clones, o a las inteligencias artificiales. Sí; ya sé que hay libros y películas que tratan el tema de manera mucho más específica. Pero es que en este libro veo tan clara la idea de los seres que buscan a Dios, y tal progresión en esa búsqueda…

Los más inteligentes simios en el planeta Soror sienten la misma orfandad que nosotros sentimos. Intuimos que hay algo más grande que nosotros; también ellos. Se preguntan, al encontrar entre ellos a estos raros «animales» que pueden pensar, si ciertos hallazgos arqueológicos que han realizado en su planeta no estarán demostrando que existe una civilización superior de la cual provienen. Visten a esas curiosas ideas con ropajes de herejía, tal como nosotros hacemos con otras semejantes. Miran al cielo y temen que nada de lo que están viendo es nuevo para el mundo, tal como nosotros lo tememos. Miran a estos intrigantes seres para la experimentación por momentos con curiosidad, por momentos con suspicacia. Se preguntan qué es mejor; estudiarlos o eliminarlos.

Yo también me lo pregunto, y ojalá también lo hagan los científicos a cargo de nuestros experimentos. Me siento fascinada por el hecho de que compartimos con los simios un 98 % de nuestro equipo genético. Me siento fascinada por el hecho de que ellos tienen cuatro manos con pulgares opuestos, y no sólo dos. Me siento fascinada por el hecho de que puedan dominar rudimentariamente el lenguaje de señas. También solía sentirme… un tanto amenazada. Temerosa. La expresión francamente inteligente, sagaz, el movimiento absolutamente humano en las caras de los simios de las películas modernas, me pone los pelos de punta. Hasta estas películas, yo no había pensado en lo totalmente ominosa que resultaba la obra de Mr. Boulle.

Actualmente mis temores han aumentado, pero los simios han huido del todo de mi mente. Yo convivo con teorías conspirativas acerca de experimentos clandestinos con clones (suelo inventar yo misma teorías de este tipo continuamente; mirá mis textos de ciencia ficción). Convivo con especulaciones cada vez más rebuscadas (y realistas) acerca de inteligencias artificiales que nos superarán a tal punto, que un día nos podríamos volver redundantes. Y siento que no sabremos si no es mejor parar. O cuándo. Me pregunto si es necesario saberlo todo en esta vida, o si es bueno hacer las cosas nada más que porque se puede.

El planeta de los simios es uno de los libros que, sin haber sido superado en la forma porque es único, fue del todo sobrepasado por el trasfondo y las posibilidades de su historia. Hoy pasamos del temor por los simios, nuestros probables «superiores» del planeta Soror (y la pesadilla de los negadores de la evolución), al temor por las réplicas exactas, orgánicas e inorgánicas, a las que elevaremos al status de amos de la creación antes de haber tenido la oportunidad de entenderlas por completo, tal como solemos hacer con otros productos de la ciencia. Los extraterrestres, ese antiguo ¿mito?, podrían no ser ni remotamente tan peligrosos como nosotros mismos… y nuestra creación.

No es broma, no. Hoy en día la ciencia y la tecnología crecen a una velocidad tan acelerada que no tengo tiempo de estar al tanto de todo lo que se publica. Cada vez que quiero elegir un descubrimiento para divagar un poquito sobre él, tal como me gusta hacer, siento que meto la cabeza en uno de esos antiguos y ruidosos secadores para el pelo que solía ver en las peluquerías de mi infancia. Pero siento que meto los ojos también. Con lo que me gusta reirme cuando hago eso, cada vez me río menos. Si es que consigo entender lo que dicen los artículos.

Así que adelante, lector mareado (si es que lo estás tanto como yo). Lo que leés todos los días tal vez te haga sentir vergüenza ajena ante muchas de estas «ingenuas» obras de ciencia ficción, pero de vez en cuando es bueno descansar y pararse a tomar aire. Por los buenos viejos tiempos.

Cuando el pan era pan y el vino vino, las cuentas claras y el chocolate espeso, la ciencia ficción era ciencia ficción, y no era necesario leerse un artículo de tres páginas antes de saber de qué la va el tomate que tenés en la ensalada.

A leer El planeta de los simios; andá. Película y todo, es un libro muy entretenido que leer.

Y no tengas miedo, que a veces un chimpancé todavía es un chimpancé.

(Carteles de IMDb.com, imagen de cinempremiere.com.mx. La portada del libro es de todocoleccion.net)

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